La influencia del arte colonial
España llevó a toda la América septentrional, central y meridional,
la tradición popular del belén; y allí arraiga con características
propias: el paisaje invernal de España, típico de los tiempos
navideños, se transforma, en la latitudes iberoamericanas,
en un cálido panorama veraniego. La íntima tradición navideña,
recatada en el hogar y en el templo, se torna en el continente
iberoamericano en una exteriorización, jocosa y llena de color,
superando la simple celebración familiar para dar lugar a
una fiesta colectiva, popular... y estival.
No cabe duda de que el belén en Iberoamérica -emplearemos
esta denominación haciendo referencia también a los países
de ascendencia portuguesa-, lo introdujeron los misioneros,
especialmente los jesuitas.
La influencia colonial española tuvo, en la América de
los virreinatos, una escuela belenística repleta de semejanzas
con el arte imaginero de la metrópoli, y simultáneamente
dio vida a tipos y representaciones autóctonos. El primer
caso lo apreciamos en el Misterio quiteño, alojado en
el interior de un marco, con tallas en madera del siglo
XVII. El segundo ejemplo, sobre estas líneas, corresponde
a un belén, con figuritas populares del siglo XIX, de
la zona costera de Ecuador.
Miguel
de la Quadra Salcedo exhibió, en una reciente exposición navideña,
un precioso cofre o baúl, de caras abatibles, cuyo interior
contenía un hermoso nacimiento colonial. Baúles o cofres como
éste, procedentes la mayor parte del siglo XVIII, eran transportados,
a lomo de caballería, por todas las misiones, actuando como
singulares factores de difusión y popularización del belén.
Causa también fundamental del desarrollo del belenismo en Iberoamérica
son las fluidas relaciones comerciales con el Viejo Mundo. Gracias
a ello, llegan las imágenes belenistas de Italia y España, logrando
una expansión escasamente más tardía a la vivida por el belén
en la Europa del siglo XVII.
Es tradición asegurar que el primer belén navideño de la Argentina
fue el de la quebrada de Humabuaca, fechado, nada menos que
en el año 1594. Creada la ciudad de San Salvador de Jujuy, en
1553, su fundador, D. Francisco de Argañaz, buscó la forma de
reemplazar el largo Camino del Inca, que unía la Argentina con
el Alto Perú, por otro más corto. Argañaz solicitó entonces
la colaboración de un sacerdote misionero que iniciara la conquista
espiritual de los indios habitantes de las regiones por las
que el camino había de atravesar, para hacer así más fácil su
apertura.
Fue designado el padre Gaspar Monroy, de la Compañía de Jesús,
que encontró inicial resistencia entre los indios, pero con
los que después convivió permanentemente. Al acercarse el primer
aniversario de su estancia en la quebrada de los humabuacas,
y llegar el 25 de diciembre, tuvo la oportunidad de narrar a
los aborígenes el humilde advenimiento del Niño Jesús, enseñándoles,
al tiempo, a modelar, en roja arcilla, las tiernas e ingenuas
figuritas del nacimiento.
En el Museo Colonial e Histórico de Luján, permanece uno de
los nacimientos más grandes que se conservan en el mundo cristiano,
cedido por doña Sara Berraondo y compuesto por 600 figuras.
Muchas de ellas fueron traídas de Barcelona y otras, ejecutadas
por las manos de Mateo Alonso, artesano autóctono. El nacimiento
tiene 21 metros de largo por 12 de ancho y 7 de alto, medidas
verdaderamente excepcionales.
Justa fama tuvo en Buenos Aires el nacimiento napolitano de
Hebe Pirovano; también muy conocidos son los de la familia González
Garaño, de imágenes criollas, el de la familia Schernono, de
la misma factura que el anterior, el cuzqueño de la familia
Mújica Lainer y el bíblico, de la familia Jouly.
Dentro del belenismo argentino, cabe citar, también, el pesebre
existente hace años en Córdoba, conocido con el nombre de La
Choza, en el que, según escribe Juan Pérez Cuadrado, en
su obra sobre el pesebre en Hispanoamérica, "una buena porción
de sus figuras confeccionadas con telas, iban apareciendo y
se movían accionadas por hilos, como si se tratara de unas marionetas,.
y, así; el leñador; la lavandera, el posadero, etc... ante la
estupefacta mirada de los espectadores, realizaban los movimientos
propios de la labor a que se entregaban. Pero lo más sorprendente
era que, a un lado del pesebre donde reposaba el Niño Jesús,
en la amorosa compañía de la Virgen y San José, había un altarcito
en que una figura, vestida con ornamentos sagrados, simulaba
celebrar misa, ayudada de otra que, al tiempo de la elevación,
tocaba la campanilla".
Entre los actuales artesanos belenistas argentinos, es necesario
mencionar a los hermanos Mario y Miguel Mendoza, de Jujuy, autores
de bellas figuras de corte popular, pintadas de colores terrosos
y representativas, en sus ropajes y actitudes, de la cultura
popular argentina.
Los armarios con puertas, en barro pintado, son populares en
Perú desde la época del virreinato. A la izquierda, uno de dos
puertas, con toda la escenografía de un belén completo, alojada
en los dos abarrotados pisos del retablo. A la derecha , un
armario con torre aneja, conservado en el Museo de Artes Decorativas
de Madrid.
Posiblemente sea el peruano el belén hispanoamericano con características
más acentuadas. Enmarcado en una caja vertical, con dos puertas
que se abren para su contemplación, a manera de armarito, presenta
una polícroma y multitudinaria procesión de figuritas, que representan
motivos habituales del pueblo peruano. Alojado en dos, tres
o más estanterías, destaca, en un primer término, el Misterio
y, en segundo, una variedad infinita de tipos y escenas, según
la particular imaginación de cada artista: allí aparecen los
campesinos, vestidos de ropas multicolores y cubiertos, en el
caso de las mujeres, con sus típicos sombreros en forma de bombín;
también están los tocadores de instrumentos tradicionales, los
productos de la fértil campiña peruana y hasta la fauna autóctona,
con la presencia serena y exótica de las llamas.
Los hay de todos los tamaños, desde verdaderas miniaturas a
grandes muebles de fácil transporte. Las figuras están hechas
de una pasta muy dura. Suelen ser muy toscas, aunque poseedoras,
siempre, de una entrañable dulzura. Estos armaritos o retablitos
están, en su exterior, profusamente decorados con adornos florales,
de llamativo colorido. En ocasiones, el artesano, con similar
configuración a la de los armaritos, introduce sus figuras en
el interior de otros receptáculos: la caña de bambú, la calabaza...
Cuzco y toda la región de Ayacucho es un floreciente emporio
de construcción de estos nacimientos y de toda clase de figuras.
Típicos de Ayacucho son los belenes realizados en barro y albergados
bajo la portada de templos coloniales.
Entre los grandes belenes peruanos hay que mencionar el belén
expuesto en el que fue palacio de don Pedro de Osma, en Lima,
con unas figuras de la Virgen y San José que, más que los sencillos
habitantes de la Judea bíblica, parecen personajes sacados del
oropel de las cortes europeas. Otro belén peruano digno de mención
es el de doña Teresa Moreyra, que se conserva en el interior
de un mueble oratorio, en su palacio de Olivar de San Isidro.
Ecuador fue cuna de ilustres imagineros que, como Pampite, Caspicara
y Legarda, crearon sus talleres y tuvieron numerosos discípulos.
Sus obras llegaron a Perú, Argentina, Méjico, etc... y alguna
de ellas se guardan, como verdaderos tesoros, en palacios y
museos de Europa.
Los reyes Magos, acompañados del "ángel de la estrella",
forman este grupo de jinetes, en cerámica vidriada y policromada,
del Convento de Sta. Clara de Quito (Ecuador). Las piezas son
del siglo XVII y unen, a sus delicadas formas, un sentido del
ritmo en el acompasado trote de sus monturas.
El nacimiento popular ecuatoriano es el confeccionado con masa
de pan, siendo la ciudad de Cuenca el centro de esta artesanía.
Componen los belenes, además de la Sagrada Familia, multitud
de animales y pastores, profusamente coloreados, quienes portan
en sus ropas adornos florales. Completan la composición las
figuras de los magos, montados a camello y sin pajes, que lucen
largas vestimentas, con amplios vuelos de encaje, en las que
la riqueza ornamental es abundantísima.
En Quito es digno de mención el belén del Palacio Museo de Gangosena-Marcheno,
ambientado en un paisaje donde crece la típica flora ecuatoriana.
En este mismo palacio, se conserva una espléndida colección
de pequeños belenes, primorosamente realizados en porcelana,
vidrio y plata, y cuyas figuras van vestidas con ropajes bordados
en oro y pedrería. Otro belén ecuatoriano de especial relevancia
es el que se guarda en el monasterio de Santa Clara, de Quito,
y donde figuran piezas labradas, en el siglo XVIII, por el escultor
Caspicara.
El Museo de Artes Decorativas de Madrid tiene expuesta una coronación
de retablo, con dos ángeles de estilo renacimiento, del XVI.
En su interior, se expone un nacimiento, formado por cinco tallas
de la Escuela de Quito, de la segunda mitad del siglo XVII.
El niño, mayor, pertenece a otro conjunto. De El Salvador merecen
recordarse las figurillas del belén de Llobasco, de diminutas
proporciones y hermosamente policromadas.
En claro contraste con el refinado europeísmo barroco del
grupo anterior tenemos, junto a estas líneas, un Nacimiento
andino, procedente del Norte de Argentina. El conjunto de figuras
ha sido elaborado en barro policromado y recoge fielmente los
rasgos étnicos indígenas, junto con algunos elementos de indumentaria,
y el ajuar local de esta zona, como el capacho donde está acostado
el Niño, similar al empleado por las mujeres quechúas y aymaras.
El grupo pertenece al Museo de Artes Decorativas de Madrid.
La porcelana también ha sido empleada en la confección de
figuras coloniales. Este ángel está fabricado con dicho material
y cubre su cuerpo con un rico vestido, bordado en oro, en clara
similitud con los "Niños Jesús" cuzqueños, también lujosamente
ataviados. La pieza está datada en el siglo XVII y es propiedad
del Convento de S. Francisco de Quito.
Especialmente singulares son los belenes bolivianos, realizados,
las más de las veces, en láminas de madera o cartón, que luego
se adornan con motivos de la tradición popular. En todos ellos
aparece con profusión la representación de la flora y fauna
boliviana, con la presencia abundante de las llamas y vicuñas
que, incluso en ocasiones, se convierten en los animales que
dan su calor al recién nacido Niño Jesús. Un Niño Jesús, que
no siempre se alberga bajo el cobijo de un humilde pesebre sino
que, en ocasiones, y como consecuencia de un sincretismo cultural
único, lo hace bajo la reproducción en barro de uno de los monumentos
bolivianos más característicos: la Puerta del Sol, testo del
arte preincaico y que, perteneciente al conjunto del Tiahuanaco,
se levanta en las cercanías del lago Titicaca.
El belén mejicano es uno de los que tienen más antigua tradición.
Su difusión data del siglo XVIII y continúa esplendorosamente
durante todo el siglo posterior y el actual. Especialmente destacada
es la obra del imaginero Panduro que, en el pasado siglo, creó
hermosísimos belenes de corte popular. Igualmente, son de cita
obligada los valiosos belenes de plata mexicana, destacando
los realizados en la ciudad de Guanajato. Pero junto a esta
tradición artística, el belenismo mejicano se nutre de una fértil
veta popular. A ella pertenecen los belenes de. madera de las
localidades de Arrasola y San Martín de Tilcajete, encuadrados
en unos escenarios que recuerdan las antiguas pastorelas; o
las figuras de barro de Metepec, cuajadas de adornos florales
y de pequeñas estrellas que inundan la composición; o los, también
en barro, de Tlaquepaque, población abundantísima en talleres
artesanos belenísticos y en cuyas creaciones se refleja toda
la sociedad popular mejicana. Como originales, cita Pérez Cuadrado,
en su obra mencionada sobre el pesebre en Iberoamérica, los
nacimientos de Ocumicho, con la presencia, entre los personajes
prototípicos, de pequeños diablillos que observan con estupefacción
la escena del Nacimiento, o los de Tzintzuntzan que, realizados
en paja, presentan figuras de hermosísima estilización.
Los elementos decorativos de gusto popular
se aprecian en estas dos piezas, confeccionadas en barro policromado.
A la izquierda, un belén de vivos colores, del actual estado
mexicano de Puebla, conservado en el Museo de Artes Decorativas
de Madrid. A la derecha, un portal, del mismo material, también
mejicano.
Devoción muy extendida en toda Iberoamérica es la profesada
al Niño Jesús, lo que justifica la multitud de imágenes a él
dedicadas. Y a juzgar por las noticias históricas que poseemos,
debe ser ésta una tradición antigua. Así, en 1764 y 1767, respectivamente,
llegaron a Buenos Aires los navíos San Ignacio y San Fernando,
portando, entre otras, figuras del Niño, algunas de las cuales
alcanzaron el nada despreciable valor de 70 ducados. Testimonio
fiel de estas imágenes, originarias de Europa, es el muy venerado
Niño Cautivo de la catedral de Méjico, atribuido a Martínez
Montañés. De origen ya americano son El Niño Alcalde de la Rioja
y El Niño Milagroso de Córdoba, imágenes de gran devoción en
la Argentina. A su semejanza irían tallando los santeros del
lugar diferentes imágenes del Niño Dios, recogiendo todo tipo
de actitudes y advocaciones. Así surgen los Niños llorosos,
o los sacerdotales, los pastoriles, o los gloriosos, o los durmientes,
herederos del repós de las clarisas, y cuya cabeza suele descansar
sobre a calavera o un corazón.
Tales figuras del Niño Jesús van ataviadas con una vestimenta
especial, recargada, profusamente adornada, repleta de joyas,
Es tal la profusión de collares, medallas, cintas y perlas preciosas
que apenas dejan ver su rostro. De especial mención, son los
conocidos y deliciosos Niños de Cuzco, que se encuentran por
centenares en el vasto territorio comprendido entre Perú, Bolivia
y el norte de Argentina, Están fabricados en pasta de arroz
o yeso, rodeando un alma de magüey, o simplemente vaciadas.
La policromía es brillante: los ojos, de vidrio, los dientes,
de nácar, el paladar, de espejo y todos sin excepción van tocados
de rizadas pelucas, conocidas como "pelucas cuzqueñas".
De entre los creadores de estas imágenes destaca el nombre de
Ruperto de la Vega (1823-1885), nacido en Los Llanos, que se
hizo célebre con sus imágenes de niños tallados en alabastro.
Antonio Francisco, -más conocido como "Aleijandinho"
(el lisiadito), debido a la terrible enfermedad ósea que deformó
su cuerpo-, es el más grande imaginero del Brasil colonial.
De sus obras en piedra y madera, de notables proporciones, para
las iglesias de su ciudad natal, Ouro Preto, y en el Estado
de Minas Gerais, quedan numerosos y bellos testimonios. También
de él podemos admirar piezas no superiores a 30 cm., destinadas
a los belenes de la aristocracia criolla, como el pastor que
ora de rodillas y el paje negro del séquito de los Magos, que
aparecen en esta página. En su estilo se funden el academicismo
de los imagineros europeos y la fuerza rítmica del arte africano,
traído por los esclavos de las plantaciones.
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